Homilía 2o domingo del tiempo ordinario Año B 2021
1 Samuel 3:3-10,19; 1 Corinthians 6:13-15,17-20; John 1:35-42
Introducción
¿Cómo se
convierten en estrellas del deporte personas como Drew Brees y Oscar de la Hoya?
¿Jennifer López o Antonio Banderas, como se convierten en grandes actores? ¿Y
Nelson Mandela y Martin Luther King, cuyo legado de trabajo por la dignidad
humana y la igualdad celebramos esta semana, como se convierten en grandes
líderes?
Creo que a
menudo olvidamos que no siempre fueron las celebridades que conocemos.
Olvidamos que tienen una historia de fondo, una que implica mucha preparación,
trabajo duro y mucho sudor, incluso sufrimiento. Para apreciar plenamente su
éxito, primero debemos comprender cómo lo lograron.
Escritura y teología
Las
lecturas de hoy también nos brindan una especie de celebridades, personas a las
que Dios da grandes responsabilidades.
·
Samuel
fue llamado a ser profeta de Dios, un hacedor de reyes que eligió y ungió tanto
a Saúl como a David, los dos primeros reyes de Israel.
·
Andrés
y su hermano Simón fueron llamados a ser discípulos y luego se convirtieron en
Apóstoles de Jesús. De hecho, a Simón le cambiarían el nombre a Pedro, que
significa roca y sería el capitán del barco que llamamos Iglesia. En una
especie de historia de la pobreza a la riqueza, el pescador se convirtió en
Papa.
Pero todos
estos hombres tienen una historia de fondo, sobre la que me gustaría que
reflexionemos hoy. Si bien Dios puede llamar a quien quiera, en cualquier
momento que quiera y convertirlos en profetas o apóstoles instantemente, no es
así como suele actuar. A menudo, como hizo con Samuel y los dos hermanos, se
toma su tiempo para preparar ellos, generalmente a través de la mediación y la
ayuda de otras personas.
Empecemos
por Samuel. Era el único hijo de Ana, su madre. No había podido darle un hijo a
su esposo durante muchos años y había sufrido las burlas de la otra esposa.
Pero después de escuchar sus repetidos llantos, Dios intervino y ella dio a luz
a Samuel. Uno pensaría que una mujer así, cuando finalmente tuviera un hijo, se
aferraría a él. Pero Ana, en agradecimiento, devolvió al niño a Dios y se lo
entregó al sacerdote Elí para que lo criara para el servicio del Señor. El niño
creció en la casa del Señor, una especie de aprendizaje. En su caso, el oficio
que aprendió no fue la carpintería ni la plomería, sino la obra del Señor.
Elí jugaría
un trabajo aún más importante en el llamado de Samuel como acabamos de
escuchar. Tres veces Samuel no sabe que es Dios quien lo llama, pensando que es
Elí, su maestro, quien lo llama. Solo después de consultar con Elí, Samuel se
da cuenta de que es Dios quien lo llama. Necesitaba la ayuda de Elí, quien le
dijo: “Ve a acostarte, y si te llama alguien, responde: ‘Habla, Señor; tu
siervo te escucha’”. Elí era un audífono esencial, que le permitió a Samuel
escuchar la voz del Señor.
De manera
similar, con Andrés y Pedro, Dios usó a otras personas para prepararlos para su
llamado. Como ya vimos, Andrés y otro discípulo eran seguidores de Juan el
Bautista. Estos hombres habían escuchado
todo lo que el Bautista les había enseñado acerca de la venida del Mesías,
acerca de la necesidad de preparar los caminos, acerca de que el Reino estaba
cerca. Es probable que también se hubieran sometido al bautismo de
arrepentimiento de Juan, una señal de conversión de una vida de pecado a una
vida de justicia mientras esperaba la venida del Mesías. Y luego, como
escuchamos hoy, Juan literalmente les señaló a Jesús diciendo: “Éste es el
Cordero de Dios.” En otras palabras, estaba diciendo, "muchachos, el
hombre del que les he estado hablando está ahí; vayan con él". Juan los
preparó para convertirse en discípulos de Jesús.
Pero tenían
que hacer más preparación. Se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde
vives, Rabí?” Esa fue su forma de decir: "Señor, queremos vivir con
usted y aprender de usted". Y Jesús respondió “Vengan a ver”. Y se
quedaron con él durante tres años para aprender de él.
Además, lo
que Juan el Bautista hizo por Andrés y su amigo, preparándolos y empujándolos
hacia Jesús, Andrés lo haría por su hermano Simón. Iría a él y le diría:
"Hemos encontrado al Mesías". Lo llevaría a Jesús y, como dicen, el
resto es historia.
Vida cristiana
El Señor
sigue llamando a la gente hoy. Existe un llamado básico para todos nosotros a
ser discípulos, a ser cristianos. Y dentro de esta llamada más amplia, cada uno
de nosotros está llamado a una vocación específica, como el sacerdocio, la vida
religiosa, el matrimonio y, para algunos, la vida de soltero. Necesitamos ser
los instrumentos que Dios usa para llamar a las personas hoy. ¿Podemos ser Elí
para los Samueles de hoy? ¿Podemos ser Juan el Bautista para los Andrés de hoy?
¿Podemos ser Andrés para los Simones de hoy?
En mi viaje
vocacional, he tenido muchos Elis, Juan Bautistas y Andrés. He tenido muchos
maestros. Estas monjas y hermanos, sacerdotes y diáconos, catequistas y
maestros, me dieron las habilidades y el conocimiento para que pudiera escuchar
la voz del Señor y responder apropiadamente: “Habla, SEÑOR, tu siervo te escucha”.
Y, sin
embargo, el verdadero viaje que me llevó a mi ordenación hace casi veintitrés
años comenzó en casa de mi familia. Mamá me puso en este viaje, cuando nos
enseñó a mis hermanos ya mí, el Padre Nuestro, el Ave María y la Gloria al
Padre; cuando nos contó historias bíblicas de una manera que pudiéramos
entender, muchas de las cuales todavía recuerdo hoy; cuando nos llevó a la
iglesia el domingo, incluso cuando teníamos que caminar cinco millas hasta la
iglesia. Ella me hizo posible conocer a Jesús, enamorarme de Jesús y estar listo
cuando me llamó a ser sacerdote, para decir: “Sí, aquí estoy, Señor; Vengo a
hacer tu voluntad."
De manera
similar, quizás muchos de ustedes también hayan respondido a su llamado, porque
primero asistieron a esa escuela tan importante de mamá y papá. En una
conferencia sobre vocaciones hace unos años, un padre joven ansioso preguntó al
orador: "¿Cuál es la mejor manera para mí de inspirar vocación en mis
hijos?" La monja le dijo: “empieza por amar y cuidar a tu esposa”. Cuando
los niños vean el amor entre mamá y papá, aprenderán también cómo ser buenos
maridos y buenas esposas, cómo ser buenos sacerdotes y buenos diáconos, buenas
monjas y buenos hermanos.
Además de
nuestros maestros en la escuela, además de nuestras familias, hay un grupo más
que es crucial para fomentar la vocación: ustedes los feligreses comunes.
¿Alienta a sus compañeros feligreses a perseguir su vocación matrimonial,
religiosa o sacerdotal? ¿Le ha acercado a un joven y le ha dicho: "Pareces
tu uno que sería un buen sacerdote?" ¿Le ha acercado a una pareja joven
que está saliendo, o que está recién casada, pero tiene algunos problemas,
animándolos en su compromiso, dándoles algún consejo de su experiencia? ¿Le ha sido
Elí, Juan el Bautista y Andrés para otros?
Conclusión
Hoy no tenemos
muchos sacerdotes, religiosos, incluso matrimonios duraderos. Especialmente no
tenemos muchos sacerdotes y religiosos Latinos.
Algunos podrían pensar que el Señor ha dejado de llamar a las personas a
las vocaciones, como lo hizo en el pasado. Pero creo que Dios todavía está
llamando a la gente; somos nosotros los que hemos dejado de ser sus
intermediarios. Necesitamos ayudar a otros a escuchar su voz.
¿Le imagina
los sentimientos del entrenador de secundaria de Drew Brees al verlo jugar en
la Superbowl? ¿Le imagina los sentimientos de la profesora de teatro de
secundaria de Eva Longoria al verla ganar un Oscar? ¿Puede imaginarse los
sentimientos del maestro de religión de Martin Luther King al verlo dar su
discurso “Tengo un sueño en el Lincoln Memorial”?
¿Le imagina
a si mismo teniendo sentimientos similares cuando uno de sus protegidos sigue
el llamado de Dios a su vocación? Y cuando llegue a la puerta del cielo, ¿puede
dar cuenta a Dios de cuántas vocaciones ha fomentado?
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