Homilía
para el 3er Domingo de Cuaresma Año A 2023
Introducción
¡Qué largo
evangelio acabamos de escuchar! Y que todo empezó con Jesús haciendo un simple
pedido de un trago de agua.
Pero esto
es algo que también hacemos. Cuando, por ejemplo, un le invita a tomar un café,
rara vez se trata solo de la bebida. La bebida es simplemente el escenario para
construir amistades, a veces para enmendar un error.
Escritura y tradición
Eso es lo
que hace Jesús cuando le dice a la mujer samaritana: "Dame de beber". Ella lo toma literalmente, pensando que todo
lo que quiere es saciar su sed. Pero Jesús le está invitando a un encuentro,
que sanará sus cinco heridas.
La primera herida es la del prejuicio étnico o
cultural. Los
samaritanos y los judíos no se amaban, al igual que muchos prejuicios étnicos de
hoy. Los judíos consideraban impuros a los samaritanos, ya que eran
descendientes del matrimonio entre las diez tribus del norte de Israel y los
asirios que las habían conquistado. Peor aún, los samaritanos habían
establecido su propia religión y un lugar de culto para rivalizar con el templo
de Jerusalén. Por eso la mujer, llena de prejuicios, pregunta a Jesús: ¿Cómo
puedes tú, un judío, pedirme de beber, que soy samaritana?
Pero Jesús
le ofrece la mano de la amistad, ofreciéndole el agua viva, que apaga la sed
para siempre. Todavía pensando en términos literales sobre el agua real, ella
pregunta: "Señor, dame de esa agua
para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla".
¿Notas el cambio? Ella, que momentos antes había insistido en que judíos y
samaritanos no podían compartir un vaso de agua, ahora quiere que Jesús resuelve
su problema del agua de una vez por todas. Jesús ha sanado su herida de
intolerancia y prejuicio étnico.
Pero esto
es solo el principio. Jesús también le
sana de una segunda herida, la herida de la infidelidad conyugal. Su vida
personal estaba en un lío. Jesús la lleva a confesar que no tenía marido,
porque había tenido cinco maridos, y el que tenía no era su marido. La salvación
debe comenzar con un buen orden en nuestra propia vida personal, en nuestra
vida familiar. Y por fortuna, Jesús le ayuda a esta mujer a reflexionar sobre el
compromiso en la vida matrimonial.
Una tercera herida que necesita curación es su
culto indigno. Tanto la religión judía como la samaritana en ese momento
estaban en un lío como lo muestra Jesús a lo largo de los evangelios. Para esta
mujer en particular, le pregunta a Jesús si el verdadero lugar de culto está en
Samaria o en Jerusalén.
Jesús le
explica que las pequeñas disputas entre judíos y samaritanos sobre el culto ya
no tendrán importancia. Él dice: ". . . se acerca la hora, y ya está aquí,
en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en
verdad . . .." Sabemos que Jesús se refería al culto cristiano, que no
está ligado a Jerusalén ni a Samaria, ni a este santuario ni a aquel otro, sino
que es la Eucaristía y los sacramentos, en los que en todo el mundo todos los
cristianos ofrecen el digno sacrificio del mismo Cristo, como estamos haciendo
ahora.
Esta
discusión permite a la mujer darse cuenta de que se ha encontrado con el mismo
Mesías, “el llamado el Cristo; [quien]
cuando venga, él nos dará razón de todo”. De hecho, cuando regresa al
pueblo le dice a la gente: “Vengan a ver
a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho”.
Esa
curación de su vida espiritual conduce a su vez a una cuarta curación de la herida del ostracismo de sus vecinos.
¿Notaste que la mujer vino al pozo sola y al mediodía? Puedo decirles por mi
experiencia en Uganda que las mujeres no suelen ir al pozo cuando hace mucho
calor, sino por la mañana o por la tarde cuando hace más fresco. Además, por lo
general van en grupos, a veces por seguridad, pero a menudo para tener un poco
de tiempo de chicas. Su comportamiento sugiere que tal vez por su situación
matrimonial, esta mujer estaba aislada de la comunidad. Pero ahora, después de
encontrarse con Jesús, vuelve corriendo al pueblo, para compartir el agua viva
que acaba de encontrar con sus vecinos, quienes ahora le dan la bienvenida.
La última
herida que sana Jesús no es de la mujer, sino de la comunidad, que como ella
está ahora curada de la herida de la
incredulidad y prejuicio. Oímos como al oír de la mujer, vinieron a oír
hablar al mismo Jesús y en agradecimiento a ella, le dicen: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado,
pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador
del mundo.” La mujer aislada no sólo se ha convertida en un discípulo sino
también en un apóstol; sus días de aislamiento se han ido, y de la parte de la comunidad,
sus días de condenarla y aislarla están en el pasado, gracias al encuentro con Jesús.
Y así, lo
que comenzó como un simple pedido de un trago de agua por parte de Jesús y
luego por parte de la mujer, no solo ha reconciliado a judíos y samaritanos,
sino que más importantemente ha reconciliado a esta mujer, en su vida personal,
en su relación con Dios y en su relación con el prójimo.
Aplicación cristiana
Hoy Jesús
todavía viene a nosotros, especialmente a través de su Palabra y Sacramento,
quiere curar en nosotros esas mismas cinco heridas.
Viene a nosotros
en nuestro prójimo que pide un trago de agua. Espero que no respondamos como lo
hizo la mujer samaritana al principio, diciendo: "¿Cómo puedes tú, judío,
musulmán o protestante, inmigrante, vagabundo o refugiado, negro, blanco o
chino, preguntarme, un católico por un trago?" En cambio, espero que
respondamos como el otro samaritano en los evangelios, el buen samaritano, a
través del cual Jesús enseña a los cristianos a ver más allá de las divisiones
de religión, raza, nacionalidad, etnia y otros.
En segundo
lugar, Jesús nos enseña en su Palabra sobre el compromiso. Él enseña que
debemos vivir vidas ordenadas, viendo nuestros cuerpos como templos del Señor,
estando comprometidos el uno con el otro en matrimonio. Él nos ofrece los
sacramentos, especialmente el Matrimonio que establece un vínculo duradero de
amor, y la penitencia que repara cualquier ruptura en nuestras relaciones.
Debemos dejar que él también sane las heridas que amenazan la salud de nuestras
familias.
En tercer
lugar, el Señor nos ha traído una nueva forma de culto, en Espíritu y Verdad.
Por eso nos reunimos todos los domingos a la Eucaristía que nos dejó. No
ofrecemos cabra ni oveja, ni vaca ni buey, sino el mismo sacrificio que él
ofreció en la Cruz. Venimos a proclamar su muerte y profesar su resurrección,
hasta que él venga de nuevo. Debido a que nuestra adoración no se limita a
Samaria o Jerusalén, incluso en el pueblo más pequeño de África o América
Latina, donde la gente todavía adora al Padre en Espíritu y Verdad.
En cuarto
lugar, quizás nuestros pecados también nos hayan llevado a ser desechados por
nuestros vecinos y amigos. Jesús cura esa herida, especialmente en el
sacramento de la Penitencia, que no sólo nos perdona nuestros pecados, sino que
también nos vuelve a poner en el camino de la curación y la plenitud. Porque el
Señor también ha pedido que después de confesarnos, como la mujer, volvamos a
quienes hemos lastimado, tanto individuos como comunidades, y busquemos reparar
las cercas.
Finalmente,
Jesús sana a otros a través de nosotros, usándonos para llevarles el evangelio.
Ahora ellos también llegan a creer en él, no sólo por lo que les dijimos, sino
porque también ellos lo encuentran en la Palabra y en los Sacramentos. ¿Dejará
que Jesús le use para sanar a la gente del pueblo?
Conclusión
Y así,
aunque nunca debemos escuchar la confesión de otra persona, Jesús nos ha
permitido en este evangelio escuchar la confesión de esa mujer samaritana y su
encuentro con ella.
Al comienzo
de la Misa también confesamos nuestros pecados, en nuestros pensamientos y palabras,
obras y omisiones. Y como esta mujer, después de nuestro encuentro con el Señor
en su Palabra y Sacramento en la Eucaristía, volvamos a casa listos para
glorificar al Señor con nuestras palabras, listos para proclamar su evangelio a
todos los que nos encontremos. Como hemos sido sanados, sanemos a otros.
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